Dicen que he tocado fondo. ¿Pero ellos qué sabes? Ni yo mismo sé dónde está mi fondo. ¿Cómo lo van a saber ellos? Ahora me doy cuenta de ello.

Desde aquí arriba todo se ve mucho mejor.

Estoy sentado en la azotea de uno de los rascacielos más altos de mi ciudad, observando desde las alturas cómo los transeúntes caminan ajenos a mi desgracia. En las alturas todo parece más claro, más sencillo, más fácil de interpretar. Desde aquí arriba se ve todo mucho mejor, pero no sólo se ven los edificios, las calles, sus gentes, las nubes o al cielo, puedo ver en mi interior como nunca. Quizá ayude el hecho de no estar cerca del bar de la esquina.

El bar de abajo de mi casa es el lugar idóneo para ir a pensar, emborracharse y no pensar. Es como una pequeña mafia, una vez que sales, no entras. Allí es donde te dicen que tocas el fondo, pero yo el único fondo que he visto es el de mi vaso vacío, que al de poco vuelvo a rellenar. Y todos los problemas se quedan ahí, dentro. Como por ejemplo, que mi mujer ha dejado de amarme, que mi hijo está en una guerra sin final, mi pequeña está con un hombre que la trata mal... y yo no sé hacer nada, simplemente sentarme en la barra de un bar a beber tequila malo.

Otros te dicen que le pidas ayuda a Dios. ¡Dios! Nunca en mi vida él ha hecho nada por mí. Y hubiera dado igual si pensase en Dios, en Alá o en Poseidón, todos esas creencias habrían ardido en el cuello de la botella de tequila, abrasadas por el líquido. Así pues, decidí salir un rato de ahí y venir hasta aquí arriba. Y aquí sé que no he tocado fondo.

Y es que la vida es como una gran piscina en la que te zambulles y flotas durante tu vida y en la que te sumerges cuando ponen sobre tus hombros la carga de demasiado peso y crees que todo va mal. Pero sé que no me he sumergido, sé que no he tocado el fondo de la piscina, que no he tocado fondo, porque sino tendría encharcados los pulmones y lo único que se ahoga es mi corazón.