Soy un intento de escritora de ciencia ficción, amante de la tecnología, que aspira a convertirse en ingeniera industrial. Tengo mi propio modus operandi en la vida y por eso me llaman "indie" (o rara, según la persona). Mi género de música favorito es el que da nombre a mi forma de vida. Además, soy una enamorada del espacio. Mis hombres son Isaac Asimov, Iron Man y Sherlock Holmes.

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De porqué hay que perseguir a los sueños. 30.7.11
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Morfeo se me antojó estúpido. Me miraba con ojillos de carnero apaleado y me cantaba una nana para bebés. Pero yo tengo 30 años. ¿Porqué me cantaba una maldita nana? En fin. Los dioses son... dioses. Demasiado perfectos como para darse cuenta de que en su enorme arrogancia comenten errores de mortales. El tono azulado apagado del dios y la nana infantil sin sentido alguno hicieron propicia la escucha. Porque al parecer, tenían algo que contarme. Sí, los dioses. O quizá habían sido esas setas que me había comido con los colegas. Nunca llegué a tenerlo del todo claro. Pero bueno. Me puse a escuchar. A las 7 de la mañana, con un colocón increíble, me puse a escuchar lo que me tenía que contar un tipo con alitas en los tobillos mientras oía cantar a otro tipo azul. Sí, yo soy así. Pero qué le vamos a hacer... Es lo que hay. Y me contaron una leyenda vieja como el tiempo, forjada hace eones, cuando los hombres comenzaban a dar sus primeros pasos y el fuego era tan increíble como lo es ahora el espacio, me contaron una historia que al final, siempre se me quedará grabada en la cabeza...

<<Cuentan que hace miles de millones de años, existía un herrero. El hombre en cuestión, era el herrero de los dioses y su misión no era otra que forjar los rayos de Zeus, para que este pudiera gobernar el monte Olimpo. Onócles, pues así se llamaba tal herrero, tenía un inusual pasatiempo: a parte de forjar los rayos de Zeus, forjaba sueños para los humanos, seres huecos que apenas sabían hablar ni escribir. Onócles no era un tipo especialmente amigable. Por las mañanas tomaba un pedazo de nube, lo colocaba en su fragua y se dedicaba a martillearlo hasta que tuviera forma de rayo y, una vez realizado esto, le daba la rabia que los dioses desperdigaban por ahí. Así, estando el rayo cargado, lo guardaba en un armario hasta que el imponente dios de los dioses le pedía que se lo entragara. Y por las tardes tomaba un pedazo de nube y en vez de martillearlo, lo amasaba con el cariño y la bondad que los dioses abandonaban por el camino y lo guardaba en un cajón secreto de su estudio. Por aquel entonces, se empezó a oír en el Olimpo el rumor de que un ladrón, Prometeo, se había adentrado en el palacio y le había robado el fuego a los dioses, su bien más preciado. Onócles no era estúpido, y sabía que el fuego de los dioses daría forma al alma de los humanos, que hasta entonces no eran más que un amasijo de carne puesta en la tierra y que no tenía ninguna aspiración. Así pues, preparó los rayos y se los entregó a su señor, que enfurecido, desató una gran tormenta en la tierra y se puso a buscar al famoso Prometeo. Bueno, a estas alturas, todos sabemos qué es lo que pasó con Prometeo: acabó atado a una montaña siendo inmortal, y todas las mañanas, al alba, un halcón le comía las entrañas entre terribles dolores. Pero la historia de Prometeo no es lo que nos interesa, sino la de Onócles. Onócles descubrió, para su sorpresa que los humanos ya no eran seres huecos, que tenían inteligencia, que comprendían el mundo... Pero no tenían aspiraciones. Y recordó sus sueños, los que forjaba durante las tardes. ¿Eso podría darles más motivación para vivir? ¿Eso no haría que fueran tan fríos y calculadores, sino que sintieran bondad y amor como sus jefes? Y así, pensando y pensando, Onócles llegó a la conclusión de que un humano con sueños sería más cercano a los dioses y que por tanto, comprendería la hermosa labor de estos. Así pues, decidió esparcir los sueños por el mundo. Pero cuán tamaña fue su sorpresa al descubrir que los sueños volaban de un lado a otro sin rumbo fijo, y sólo podían ser percibidos por los humanos cuando caía la noche y dormían. Y poco a poco los humanos fueron viendo los distintos sueños que había forjado Onócles y se enamoraban de ellos. Así, hubo gente que se enamoró de la idea ser pintor, escritor, poeta, compositor, cazador... y miles de cosas más. Pero lo que más le sorprendió a Onócles es que, los humanos, al despertar, tomaban conciencia de sus sueños o mejor dicho, de su amor hacia ellos y se dedicaban a perseguir al que más le gustaba por todo el mundo. Desde entonces los humanos estamos condenados a (o tenemos la suerte de) visualizar los sueños de Onócles y perseguirlos hasta el fin del mundo.>>



Esta leyenda no es berídica. Los dioses, como Morfeo o Zeus, o el tipo de las alitas en los tobillos , Hermes, son dioses que existen en la mitología Griega, al igual que Prometeo, que se le atribuye entregar el fuego de la sabiduría a los humanos cuando se lo robó a los dioses. El castigo también está en la mitología griega. Sin embargo, Onócles es un personaje de mi invención, lo mismo que esta leyenda. Pero sí es cierto que Zeus tenía un siervo que se encargaba de forjar sus rayos y a partir de ahí, yo me he inventado este relato. La primera parte también es inventada, no está basada en nada de lo que me haya podido ocurrir a mí xDDDD.

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"I'm the master of my fate: I'm the captain of my soul".