(Historia real)


Hoy mi padre me ha dejado su libro del Lazarillo de Tormes para que lo pueda leer en clase y así hacer el trabajo correspondiente. Es una edición muy antigua, del año 68, cuando mi padre sólo tenía 8 años. Las hojas están amarillas por el tiempo, la cubierta es de tela, como en los libros más antiguos, de una editorial que hace tiempo que ha desaparecido. Uno de tantos tesoros que guarda mi padre en la biblioteca que tenemos en casa. Me lo ha dado y me ha dicho que ya puedo usarlo yo. Muchas veces me deja sus viejos libros, y son tesoros, sus tesoros, que de pronto forma a pasar parte de mis tesoros, como toda aquella colección de libros de misterio para niños que me dejó y que yo tanto adoro, que ahora están guardados para que nos les pase nada...

El caso es que, entre las páginas del libro me he encontrado dos pedazos de papel cuadriculados, igual de amarillos que el resto del libro, en el que mi padre hacía una especie de comentario inacabado del libro. Quizás un borrador, no lo sé. Me ha gustado ver cómo escribía mi padre de pequeño. Su letra era como cursiva, muy bonita, y no se parece a la de ahora, que siempre hace en mayúsculas (nunca le he visto escribir en minúscula). Tiene muchas faltas, se confunde siempre con la v y la b, pero usa un vocabulario muy, muy, muy amplio. En medio de una de las páginas, a modo de separación, ha dibujado una especie de trenza, y en una parte se ha confundido un poco... Lo he leído, y he sonreído. Y me he conmovido tanto, que he pensado que esto se merecía una entrada en blog.

Aunque mi padre da para una entrada y para muchas más.