Soy un intento de escritora de ciencia ficción, amante de la tecnología, que aspira a convertirse en ingeniera industrial. Tengo mi propio modus operandi en la vida y por eso me llaman "indie" (o rara, según la persona). Mi género de música favorito es el que da nombre a mi forma de vida. Además, soy una enamorada del espacio. Mis hombres son Isaac Asimov, Iron Man y Sherlock Holmes.
(Este relato lo escribí hace unos años para un duelo de relatos cortos y más tarde lo adapté para regalárselo a una amiga siendo esta la protagonista. Obviamente he cambiado el nombre a posteriori para subirlo al blog :3 Los que habéis leído "Alma de Gorrión" puede que os suene algo del final. Por aquel entonces, cuando escribí este relato, también estaba empezando a escribir AdG, así que supongo que todo influye. ¡Que lo disfrutéis!)
Dicen las historias que
hace muchos, muchos años, tantos que ni los silfos más viejos lo
recuerdan, hubo una joven llamada Elehara que trabajaba en el palacio
de Rhur, en la corte del apodado “Rey de Oro”, Klaus III. Se
dedicaba a cambiar las sábanas de las habitaciones, de limpiarlas y
de hacer que parecieran perfectas, impecables, dignas de un rey. Por
realizar su trabajo, tenía derecho a un cuarto de sirvientes, a
desayuno, comida y cena. A pesar de que parecía una doncella muy
normal, obediente y disciplinada, Elehara guardaba un secreto para
sí. Un secreto que la hacía especial, muy especial.
Cada
noche, cuando las estrellas comenzaban a brillar y con la luna por
testigo, Elehara se transformaba en un ave plateado que sobrevolaba
los nocturnos cielos de Rhur. Adoraba aquella sensación. Olvidaba su
vida como humana, dejaba atrás sus problemas y cambiaba su cuerpo,
su mente, su alma. Se transformaba en un ser de plata que se fundía
con el firmamento todas las noches y dejaba que el aire jugara con
ella, de un lado a otro, sin importarle a donde pudiera llevarla. Y
cada mañana, como el pájaro fénix, Elehara renacía de sus
cenizas, y volvía a ser la misma muchacha de ojos marrones, doncella
del castillo de Rhur.
Cuentan que había algo
que la intrigaba profundamente, y era el origen de sus
transformaciones. Tanto es así, que había preguntado a muchos
sabios intentando vislumbrar la respuesta. Había viajado hasta el
norte, a Las Islas perdidas, para preguntárselo a los seres más
ancianos que habitaban la tierra, los elfos. Ni siquiera ellos sabían
qué podía ser. Había cabalgado hacia el este, en busca del
Narrador de Leyendas, que no era otro que un sátiro. Con él tampoco
halló respuestas a sus cuestiones pero éste, para aliviar su pena,
le narró la hermosa historia de la princesa cisne. E incluso había
llegado al sur, a La Tierra de Fuego, en busca del dragón gris, el
más anciano y sabio de todos los dragones existentes, ese que se
dedicaba a contratar monjes y escribanos para que escribieran sus
memorias en un códice hecho de pan de oro. Ninguno de ellos le había
sabido decir qué era exactamente.
Con el tiempo, la joven
dejó de serlo y aceptó su condición de ave y mujer al mismo
tiempo, sin preguntar. Amándose tal y como era. Y con el transcurso
de los días, meses y años, Elehara empezó a sentir que no volvería
a ser humana nunca más. Sus transformaciones se volvieron
irregulares y, un buen día, supo que el final llegó. Ese día, el
aire se acercó sigilosamente. Removió primero los árboles de
alrededor. Después, comenzó a colarse por entre las piernas de
Elehara, removiendo su vestido. Luego se coló entre sus brazos, que
empezaron a estirarse, lenta, muy lentamente. Cerró los ojos y pudo
escuchar claramente como el viento le cantaba al oído en el idioma
de las aves, haciéndola sentir parte del propio aire. También le
decía que volara, que sólo tenía que agitar los brazos y llegaría
a lo más. Que con sólo extender la mano tocaría las nubes. Así lo
hizo, despojándose de su forma humana, y transformándose en una
hermosa ave dorada que voló por siempre.
Cuenta esta leyenda
de Rhur que cuando encuentras una pluma dorada, de un pájaro llamado
Elehara, mascota de los dioses, éste te bendice con el don de las
letras.